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Mark Christopher tuvo claro a la hora de abordar 54 lo que quería hacer: narrar una simple historia con un puñado de personajes, alrededor de la famosa sala de baile o discoteca neoyorquina Studio 54. Christopher reconstruye la época a base de un ejercicio retro basado en un diseño de producción –en toda su amplitud- magnífico para contextualizar la acción. El director parece convencido de que si todo se parece a aquel momento y que, además, introduce la clásica historia tan afín a los ochenta neoliberales del joven que llega a la gran ciudad y es capaz de triunfar gracias a su talento, entonces, el trabajo está hecho y la película es más que suficiente. Y en cierto modo así es salvo que 54 carece de todo interés dramático; los personajes no sirven para casi nada y sus situaciones interesan tan solo en pequeñas dosis. Las escenas de baile no tienen fuerza a pesar de la potente banda son